Por Ideas por la Democracia
Venezuela vive desde hace más de dos décadas una crisis política e institucional, que dio origen a una crisis humanitaria y de derechos humanos. Hay muchas y muy diversas ideas sobre qué priorizar, en qué tenemos que trabajar primero, para frenar la espiral de deterioro y encaminarnos de nuevo hacia un proyecto de país democrático y próspero. A veces parece que lo hemos intentado todo, pero en realidad, hay un inmenso potencial aún por explorar, en nuestra mayor deuda democrática: la inclusión de las mujeres.
Hay quienes opinan que hay que empezar por la educación, porque necesitamos a una ciudadanía formada para impulsar un proyecto de país democrático. También habrá quien defienda que lo primordial es la economía, dada la evidente necesidad de recuperación de nuestro aparato productivo.
Otros abogan por la justicia como el elemento central, neurálgico, que hay que arreglar para que podamos construir instituciones fuertes. Y también hay los que consideran que, como el origen de la crisis es político, pues si no logramos acuerdos a nivel político, no estaremos realmente superando la crisis.
Hay muchas opciones sobre a qué darle prioridad, no estamos de acuerdo sobre por dónde empezar. Donde sí parece haber acuerdo es en aquello que no es prioridad, lo que podemos dejar para después de lo urgente.
Desplazadas de la agenda por la discriminación estructural
Los derechos de las minorías y de las personas históricamente discriminadas entran en esta categoría, en ese limbo temporal que se abre cuando nos referimos a lo que va a pasar “después”. El argumento detrás de este planteamiento suele ser que dar respuesta a lo que nos afecta “a todos”, es naturalmente más importante que enfocarse en solucionar lo que afecta a “algunos”. Una lógica que reta la base del dilema del tranvía y nos sugiere que sí hay vidas, derechos, personas, que valen más que otras, por hacer parte de la mayoría.
Esta idea de los derechos “de todos” como más importantes que “los de algunos”, implica que hay una experiencia universal y una respuesta igualmente universal para algunos problemas. En los sistemas políticos y culturales patriarcales, se asume que la experiencia masculina es la experiencia universal, la norma. Se niega la idea de que las mujeres (que son el 50% de la población) puedan tener otra experiencia y otras necesidades, incluso en el marco de “los mismos” problemas. Como detalla Criado Perez en su libro Mujeres invisibles: sesgos de la data en un mundo creado para hombres (2019), el modelo “masculino salvo que se indique lo contrario” tiene consecuencias reales para la vida de las mujeres silenciadas por la data, cuyas realidades han sido omitidas en la elaboración de productos, normas y políticas, que les afectan directamente.
Desde los feminismos, se confrontan esta falacia de generalización a través de dos conceptos: la afectación diferenciada y la interseccionalidad. El primero nos ayuda a entender cómo un “mismo problema” puede provocar efectos distintos sobre distintos grupos de personas, en este caso, las mujeres. El segundo, nos invita a explorar como las muchas condiciones de identidad y vulnerabilidad que pueden convivir en una misma persona o grupo, se intersectan para generar una nueva dimensión, una experiencia distintiva, que se configuran como una realidad particular. Dedicaremos el resto de este artículo a comprender la afectación diferenciada de las mujeres en la situación de Venezuela y explicar cómo no atenderlas, hará imposible superar la crisis.
Los desafíos enfrentados por ellas en Venezuela
Para entender la afectación diferenciada, tenemos que ponernos las “gafas violetas”, es decir, acudir a nuestros lentes de género para analizar cualquier problema social, y en consecuencia, cualquier solución que pretendamos darle. Esto nos permitirá dimensionar la brecha en los derechos de las mujeres, que persiste en la región y en el mundo. Hagamos el experimento con las posibles prioridades para enfrentar la crisis venezolana, uno de los países que más ha retrocedido en términos de igualdad de género en los últimos años:
La educación es una herramienta clave para el desarrollo, de eso no hay duda. Pero educar niñas, específicamente, está asociado a mayores niveles de salud general en las comunidades, menores niveles de embarazo precoz y mortalidad materno infantil, mayores niveles de participación en espacios de toma de decisiones. Entender y abordar las razones por las que las niñas y adolescentes abandonan su educación, es apostar por familias enteras, en un país donde más de la mitad de los hogares son monomaternales.
Cerrar la brecha de género en el mercado laboral aportaría 7 billones de dólares al año a la economía mundial. Es decir, que cualquier recuperación económica debe tener entre sus principales metas el incorporar a las mujeres a la fuerza de trabajo. En Venezuela, eso implica desde reducir el embarazo adolescente, hasta ampliar el apoyo a los cuidados para que dejen de recaer desproporcionadamente sobre las mujeres en edad productiva.
La búsqueda de justicia en Venezuela es cosa de mujeres. Aun cuando la mayor parte de las víctimas de la persecución del Estado y de graves violaciones a los derechos humanos son hombres, las que se encargan de buscar justicia para ellos, son sus familiares, madres y parejas. La transformación hacia el sistema de justicia que aspiramos debe tomar en cuenta las necesidades de estas víctimas indirectas y sus propias aspiraciones de reparación.
Las mujeres venezolanas siguen estando subrepresentadas en los espacios de toma de decisiones, incluyendo la política y los cargos de elección popular. De hecho, en las más recientes elecciones regionales y municipales, el número de mujeres electas se redujo con respecto a los comicios de 2017. Promover el acceso de lideresas a estos espacios no es meramente una cuestión reivindicativa o de justicia, sino que puede generar efectos positivos en términos de resultados. La diversidad de los grupos está relacionada con el nivel de innovación de las ideas que producen. Esto, por supuesto, es un argumento para incluir no solo mujeres, sino múltiples perfiles diversos en espacios de decisión. ¿Acaso no nos urgen ideas nuevas en nuestra visión política?
Pero queda claro que el mundo político venezolano, no considera esto urgente. La reciente exclusión de dos candidatas mujeres de la contienda electoral presidencial y la resultante lista de trece hombres candidatos, es apenas la más reciente muestra de ello. En lamentable contraste con la región, donde siete mujeres son candidatas o pre-candidatas en los procesos presidenciales a celebrarse este año, el gobierno de Venezuela bloqueó las postulaciones de María Corina Machado y luego de Corina Yoris, quien la primera habría designado para sustituirla, tras su cuestionada inhabilitación. Pero la ausencia de mujeres no es solo consecuencia de la arbitrariedad del Estado – ningún otro de los partidos que presentó candidaturas, postuló a una mujer.
Mujeres y democracia: una oportunidad apremiante por reescribir en Venezuela
La democracia y los derechos humanos son por su propia naturaleza, perfectibles. Se basan en el reconocimiento de que la integración de todos quienes hacemos vida en una sociedad es necesaria para producir para las y los ciudadanos, resultados que den respuestas a sus necesidades particulares y colectivas. La inclusión plena de las mujeres es apenas uno de los pasos que debemos dar en ese recorrido.
La discusión sobre los derechos de las mujeres no solo es urgente, sino que está en el centro de todas las posibles respuestas, prioridades, avenidas de solución de nuestra crisis. Es indivisible de las demás luchas democráticas. Pretender dejar esa conversación “para después” es deshumanizante, e implica resolver a medias, y contribuir a la invisibilización del grupo de la población que ha cargado con el mayor peso de la Emergencia Humanitaria Compleja y que sufre una afectación diferenciada en el contexto de cierre del espacio cívico y la violencia política.
La igualdad sustantiva de las mujeres no ha sido alcanzada aún en ninguna parte del mundo, y es ahora, más que nunca, un tema relacionado con los valores democráticos. En la medida en que aumentan las derivas autoritarias y se fortalecen movimientos ultraconservadores, vemos como muchas de las conquistas que las mujeres y los movimientos feministas han logrado tras décadas de lucha, están en retroceso. Pero nuestras sociedades y sistemas políticos patriarcales no identifican estos retrocesos entre las prioridades que hay que atender para hacer frente a las derivas autoritarias. Incluso cuando son nuestros derechos los primeros en verse amenazados, son otras cosas las que resultan “urgentes”.
El argumento a contrario nos permite afirmar, entonces, que la defensa de los derechos de las mujeres, por su carácter eminentemente democrático, es también una forma de lucha contra el avance del autoritarismo. La inclusión de las mujeres en espacios de toma de decisiones y de una agenda por sus derechos en el debate público, reta y amplía las bases del sistema para incorporar nuevas realidades, y desafía la imposición que hacen los autoritarismos de modelos basados en relaciones y divisiones patriarcales de poder.
La inclusión y visibilización de mujeres y de otros grupos históricamente marginados en la toma de decisiones nos permite seguir deconstruyendo el mito sobre su lugar en la sociedad, lo que se traduce en menores índices de violencia. Su estilo de liderazgo suele ser más colaborativo y varios estudios sugieren que por ese motivo, suelen ser también más eficaces en conseguir que se aprueben proyectos legislativos, presupuestos que llegan a comunidades, etc. En resumen, tienen el potencial de transformar el panorama político y social, tanto desde la acción, como desde la representación.
En Venezuela, es probable que no lleguemos a una única respuesta sobre qué es lo más urgente, o por dónde empezar. Seguramente tampoco haga falta – somos muchas y muchos los que nos anotamos a la construcción de un país democrático y todo está por hacer. Pero si tenemos que abandonar la idea de que hay problemas y derechos de ciertos grupos (especialmente si ese grupo es la mitad de la población), que son menos importantes, que quedan para después de lo urgente. Después ya fue demasiado tarde para millones de mujeres venezolanas. Esa es la contribución de los feminismos a la democracia de nuestro país: no estar dispuestas a esperar. Desde IPD creemos que la agenda de derechos de las mujeres es una oportunidad para apostarle a la igualdad, a erradicar la discriminación, la violencia y a construir democracia.