Por Ideas por la Democracia
A propósito de las pasadas elecciones presidenciales en El Salvador y el mandato de Nayib Bukele, las reflexiones en torno a la comprensión de las derivas autoritarias a nivel regional cobran más sentido. El reconocimiento y análisis de estas tendencias permite examinar cómo influyen en el panorama político de las Américas y cómo las organizaciones de la sociedad civil pueden abordarlas de manera efectiva, incluso, tempranamente. Este enfoque fomenta la generación de identificadores clave sobre tales derivas autoritarias y su impacto en la democracia.
En ese orden, las elecciones presidenciales de El Salvador han generado una serie de reflexiones profundas sobre el estado de la democracia en América Latina. El triunfo de Nayib Bukele en medio de un contexto político e institucional complejo ha puesto de manifiesto una serie de desafíos y crisis en torno a los valores democráticos que enfrentan no solo El Salvador, sino también otros países de la región. Lo que sucede en El Salvador ofrece muchas lecciones y retrata los efectos de décadas de desencanto político en las sociedades y sus reacciones frente a la percepción de la noción amplia, progresista y protectora de la democracia .
- El triunfo de Bukele al desnudo
La disminución de la violencia paramilitar, la reactivación del turismo, el refrescamiento de la imagen del país y la aprobación popular mayoritaria al partido de Gobierno han sido unas de las banderas de éxito del gobierno de Bukele. Sin embargo, las elecciones presidenciales y legislativas del país se llevaron a cabo en un contexto político e institucional complejo y polémico. Desde la aprobación consecutiva de decretos de estados de excepción para combatir a las pandillas, la controvertida decisión de la Asamblea Legislativa de remover y reemplazar al Fiscal General y a los jueces de la Corte Suprema en 2021, hasta la autorización de la reelección presidencial en contravención de la constitución nacional por parte de la nueva judicatura afín al presidente Bukele. Un importante número de acciones y medidas de naturaleza totalitaria han marcado también la historia moderna del país centroamericano.
El primer mandato del presidente Bukele estuvo caracterizado por un apoyo popular más que favorable. Su proyecto se perfiló con un enfoque de mano dura contra la violencia y con el robustecimiento de su partido emergente “Nuevas Ideas”, para asegurar una nueva cara de El Salvador y dar un giro de 180° en la historia del país. Sin embargo, su administración tenía unos obstáculos que le impedirían seguir adelante a todo lugar con su empresa: las instituciones, la ley y el Estado de Derecho. Y es que los resultados de las elecciones del pasado 4 de febrero en el que Nayib Bukele fue reelegido presidente con una avasallante mayoría, podrían no solo deberse a la movilización popular a su favor, sino también a un conjunto de medidas contundentes y radicales que lo han llevado a donde se encuentra hoy. Medidas que le habrían garantizado un triunfo seguro y una relativa era de paz en el país, a costa de la independencia judicial y la erosión de pilares fundamentales de la democracia.
Y es que el año 2021 marcó un momento crucial en el panorama político de El Salvador, ya que el país fue testigo de una serie de eventos sin precedentes que empezaron a fracturar los cimientos de su institucionalidad democrática. En mayo de ese año, la Asamblea Legislativa, bajo el control del partido del presidente Bukele, con una mayoría de dos tercios, orquestó un movimiento rápido y controvertido para destituir y reemplazar a figuras judiciales claves, incluyendo al fiscal general y a los cinco jueces de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema. Esta maniobra, que resultó en el nombramiento de cinco jueces adicionales, inclinó efectivamente el equilibrio de poder dentro del poder judicial a favor del partido gobernante.
La decisión particularmente cuestionable de la nueva Sala de lo Constitucional en 2021 fue precisamente lo que permitió al presidente Bukele postularse para la reelección, en contravención con la jurisprudencia y las disposiciones constitucionales que consagran como prohibición la reelección inmediata1 . Esta decisión, justamente llegó poco después de las acciones de la Asamblea Legislativa para dar un espaldarazo al presidente a través del sistema judicial y ha sido considerado como una consecuencia directa de la remoción anterior de jueces de la Sala y su reemplazo por personas que se dice son leales a Bukele .
Con una Asamblea legislativa simpatizante, el 27 de marzo de 2022 se aprobó el primer decreto de estado de excepción para combatir la violencia de pandillas en el país. Desde entonces, hasta la fecha, el Presidente Bukele ha gobernado el país en régimen de emergencia. Bajo el pretexto de no dejar un solo pandillero en las calles, el ejecutivo ha contado además con mayores facultades y varios derechos fundamentales siguen suspendidos. El estado de excepción ha sido duramente cuestionado por dar pie a violaciones sistemáticas de derechos humanos y por ser utilizado para controlar e inhibir la protesta social, perseguir a voces disidentes, inobservar el debido proceso y facilitar la corrupción. El uso del enemigo interno, en este caso las pandillas, como pretexto para justificar medidas autoritarias y la manipulación de las instituciones para suprimir el pluralismo político son también señales alarmantes del debilitamiento democrático .
Este régimen de emergencia ha servido de fundamento para generar un ambiente de persecución al periodismo, censura y autocensura en El Salvador y controlar la narrativa informativa sobre los acontecimientos del país.
En este caso, el régimen de estado de excepción, que debería estar concebido para atender una determinada situación de emergencia, se ha tornado indefinido, perdido su naturaleza temporal para convertirse en una herramienta de poder ilimitado. Se ha tornado evidente que la lucha contra el crimen organizado se ha desvirtuado, parece haberse empleado para someter a la sociedad bajo un ejercicio desmedido de autoridad.
En ese sentido, el resultado electoral favorable a Bukele y su partido, ha tenido lugar en un contexto de concentración del poder, abusos políticos y deterioro institucional que plantea serias preocupaciones sobre el respeto a los derechos humanos, las libertades individuales y el Estado de Derecho al tiempo que ha significado el fortalecimiento de su apoyo general entre la población.
- ¿Es la popularidad suficiente?
La aparente desaparición del pluralismo político en El Salvador, también ha sido inducida. Si bien, el rechazo a las otras opciones políticas parece ser espontáneo, sin lugar a dudas, las condiciones se han también orquestado a través de la manipulación de las instituciones que, en otro escenario, habrían servido de contención. Y es en estas circunstancias en las cuales los defensores de la democracia y la comunidad internacional deben alzar su voz.
Es fundamental que la comunidad internacional y los líderes regionales examinen el impacto a largo plazo de situaciones así en el continente. La celebración de resultados electorales por parte de los mandatarios extranjeros y los foros internacionales no debería fundamentarse únicamente en el apoyo popular, pues la popularidad no debería ser un cheque en blanco para ir en contra de los principios democráticos de algún país (Jiménez Sandoval). Los derechos humanos, las libertades y sus guardianes, el Estado de Derecho y la democracia no están allí para ser desplazados a causa de la popularidad. Su misión y su función van más allá que garantizar el respeto de la voluntad popular. Y por eso, cuando estos son alterados inorgánicamente, las crisis y los ciclos de violencia, están a la vuelta de la esquina
El reelecto presidente no es capaz de desconocer que lo suyo ha podido dejar de ser realmente una democracia y la ha incluido en su narrativa, como token para alejarse de las consecuencias que trae ser asociado con tendencias autoritarias. Resultando en una peligrosa tergiversación de su espíritu y propósito. Es por ello, que Bukele no tardó en catalogar el triunfo electoral como una victoria democrática. Así, llegó a afirmar: “Este día, El Salvador ha roto todos los récords de todas las democracias en toda la historia del mundo” y “Sería la primera vez que en un país existe un partido único en un sistema plenamente democrático. Toda la oposición junta quedó pulverizada. El Salvador este día ha vuelto a hacer historia”.
Con este suceso se consolida esta nueva era de la democracia en la región y el mundo. Otros gobiernos, otras sociedades mirarán el fenómeno Bukele y la historia reciente de El Salvador con ojos críticos, pero también con una peligrosa admiración y curiosidad, interés que podría inspirar un incremento en la aplicación de prácticas antidemocráticas que busquen asegurar la perpetuación y acumulación del poder de proyectos que no han encontrado en el Estado de Derecho, la vía para su incorporación. El mensaje que se está enviando es que siempre que se garantice seguridad y mediana estabilidad, aunque sea débil y fugaz, el sacrificio de la institucionalidad, de los contrapesos y de los derechos fundamentales, estará justificado. Hemos entrado en una etapa histórica que parece poner toda la apuesta al apoyo popular y no al respeto a la pluralidad y a la sostenibilidad de las sociedades.
Es crucial abordar estas cuestiones con seriedad y compromiso, reconociendo que la democracia no solo se trata de procesos electorales, sino de un compromiso constante con los valores y principios que la sustentan, como el Estado de Derecho y los derechos humanos.
- La sinergia necesaria para sociedades democráticas, justas y sostenibles
El caso de El Salvador no es un hecho aislado, sino que refleja tendencias preocupantes en toda la región. La falta de rendición de cuentas, del respeto de los derechos humanos el control de los medios, la debilidad de las instituciones democráticas, la represión y el amedrentamiento permiten el surgimiento de líderes autoritarios que buscan concentrar el poder en sus manos y socavar los controles y contrapesos necesarios que sí harían saludable a una democracia.
Todo este escenario, invita a la reflexión de lo que hace falta al día de hoy para seguir promocionando y ganando más aliados de la democracia. El hecho que las personas están dispuestas a pasar por alto las preocupaciones de que Bukele haya tomado medidas antidemocráticas para concentrar el poder y que el costo de superar los conflictos son más violaciones de derechos humanos, nos llama a hacer activismo crítico por lograr y asegurar liderazgos comprometidos con la democracia y las libertades, que aseguren la superación de crisis, la justicia y la sanación social a través de prácticas que no supongan riesgos a los derechos de las personas y la salud institucional. Así y solo así, las necesidades de las sociedades serán satisfechas y la democracia y sus bondades jugarán el rol para el cual han sido diseñadas.
El Salvador y su desenlace nos ofrecen lecciones valiosas sobre los desafíos y las amenazas que enfrenta la democracia en la región y en el mundo. Es esencial abordar estas cuestiones con seriedad y compromiso, reconociendo que la democracia no es un concepto que se consuma con elecciones limpias y movilización masiva, sino un proceso continuo que requiere la participación activa de la sociedad civil, instituciones fuertes y líderes comprometidos con los valores democráticos. En un momento en que las democracias enfrentan desafíos significativos, es fundamental fortalecer los mecanismos de rendición de cuentas, proteger la independencia judicial y promover una cultura democrática arraigada en el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales para asegurar futuros prósperos y sostenidos .
[1] Constitución de El Salvador: Art. 152.- No podrán ser candidatos a Presidente de la República: 1° El que haya desempeñado la Presidencia de la República por más de seis meses, consecutivos o no, durante el período inmediato anterior, o dentro de los últimos seis meses anteriores al inicio del período presidencial…