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Entre urnas y crisis: El panorama electoral y democrático de América en 2024

Por Ideas por la Democracia

El 2024 se presenta como una encrucijada política crucial para el mundo. El año está marcado por más de 80 elecciones que ocurrirán alrededor de los 5 continentes. En ese orden, la vigencia y efectividad de la democracia seguirá siendo tema central. Si bien las elecciones por sí mismas no son el único indicador de la salud democrática de un país, sí resultan fundamentales para el funcionamiento democrático de las sociedades pues impactan en el inicio de los gobiernos de manera significativa y representan una oportunidad para la expresión de la voluntad popular, la participación y la representación. En este escenario, las elecciones del 2024 además de ser un ejercicio electoral, también servirán como un medidor de la estabilidad política, del respeto a los principios democráticos y los derechos humanos y en definitiva del estado de las instituciones nacionales.

En el contexto de las Américas, estas elecciones ofrecen una ventana para examinar de cerca las oportunidades y retos que enfrenta la democracia en la región. Es crucial considerar cómo se están abordando cuestiones como la transparencia electoral, la participación ciudadana y la protección de los derechos humanos, y cómo estos factores pueden influir en la calidad de la democracia en la región.

Este breve análisis pretende ofrecer una panorámica general de los eventos electorales venideros y los efectos de las últimas elecciones celebradas en el continente, destacando su relevancia no solo en términos de gobernabilidad interna, sino también en el contexto de los desafíos compartidos. Todo ello enmarcado en un contexto regional, caracterizado por el incremento en la desconfianza en las instituciones democráticas y en el sistema político, que se manifiesta en cada vez más sectores de la población que mantienen una percepción negativa hacia los partidos políticos y organismos gubernamentales. Lo cual, como ha destacado Latinobarómetro, se acompaña con una creciente insatisfacción, que ha llegado a rozar el 54% del continente, relacionada con la calidad de la democracia, especialmente en términos de representatividad y capacidad para satisfacer las necesidades y demandas de la población.

Calendario electoral: Siete hitos que moldearán la región

Alrededor de la mitad del mundo debate y decide su futuro en los próximos meses. La estabilidad política y la cooperación internacional son esenciales para abordar desafíos presentes en el contexto global, como conflictos armados, migración masiva, seguridad, crimen organizado, cambio climático y respuestas a crisis transfronterizas. Así, las 7 elecciones programadas para 2024 en las Américas ciertamente no se desarrollan en un vacío político y en cada caso influirán en las dinámicas geopolíticas

El calendario electoral en el continente empezará con El Salvador, que tendrá la primera vuelta de sus elecciones presidenciales el 4 de febrero. La agenda regional avanza el 5 de mayo con los comicios en Panamá, que abarcarán no solo la elección del presidente, sino también la renovación total del Parlamento, la nominación de autoridades locales y la elección de una Asamblea Constituyente encargada de reformar la Constitución de ese país. Dos semanas después, el 19 de mayo, República Dominicana llevará a cabo las elecciones de la primera vuelta presidencial y elecciones de senadores y diputados. La segunda vuelta está programada para el 30 de junio en caso de que ninguno de los candidatos alcance el 50% más uno de los votos. El calendario electoral latinoamericano sigue entonces el 2 de junio, cuando México elija a su nuevo presidente, o muy probablemente, presidenta, así como a los representantes del Poder Legislativo federal. Uruguay, por su parte, ha programado las elecciones presidenciales y parlamentarias para el 27 de octubre. Unos polarizados Estados Unidos, como es costumbre, erigirán al ocupante de la Casa Blanca el 5 de noviembre. Finalmente, Venezuela, sin que sea sorpresa, no tiene aún fecha designada para sus elecciones presidenciales, hasta ahora, solo se cuenta con un acuerdo político que pauta su celebración durante el segundo semestre del año.

Las experiencias recientes de Ecuador, Guatemala y Argentina

Esta fotografía se adentra además en un complejo tapiz electoral que empezó a perfilarse en los últimos meses de 2023. Las elecciones presidenciales que tuvieron lugar en Ecuador, Guatemala y Argentina, pueden arrojar luces sobre las expectativas, desafíos y la interconexión regional que delinea el curso político del continente.

En el caso de Argentina, Javier Milei, asume la presidencia auto identificándose como liberal libertario, logrando una histórica y cómoda victoria en la segunda vuelta electoral, derrotando al oficialismo y al arraigado peronismo. Su triunfo se atribuye a su papel como portavoz del malestar general y defensor de una transformación radical.

En Ecuador, las elecciones estuvieron marcadas por la inseguridad y los asesinatos políticos, entre ellos, el del candidato presidencial Fernando Villavicencio. En tales circunstancias, Daniel Noboa, un joven empresario, hijo del 5 veces candidato Álvaro Noboa, considerado la “sorpresa” del proceso, por la baja expectativa que le tenían inicialmente las encuestas de una posible victoria, venció al oficialismo, asumiendo un mandato de solo 18 meses en medio de la común confrontación entre correístas y anticorreístas que ya habíamos visto en 2021.

Por su lado, en Guatemala, Bernardo Arévalo, congresista y diplomático progresista, obtuvo un contundente triunfo, desafiando a la élite que ha dominado la política y economía del país por más de dos décadas. A pesar de enfrentar una serie de graves y arbitrarios obstáculos institucionales, Arévalo logró asegurar la ratificación de su victoria y evitar la desestimación legal de su partido Movimiento Semilla por parte de autoridades judiciales. Su meta consiste en lograr una transición sin contratiempos en los primeros meses de su gobierno tras una toma de posesión que casi resultó en el desconocimiento de su mandato en enero de 2024.

Estos resultados han dejado varias lecciones. Por un lado, el electorado puede ser volátil y apoyar a candidatos menos convencionales en busca de un cambio político. Igualmente, el descontento con las clases políticas establecidas es capaz de resistir y desplazar al status quo. Finalmente, los cambios políticos son posibles a través de oportunidades electorales aún en entornos dominados por grupos tradicionales.  En ese sentido, estos eventos son el preludio electoral de la región y ofrecen una visión anticipada de lo que podría significar el año 2024 en este ámbito.

Desafíos y expectativas: Un vistazo a los retos compartidos

La región enfrenta retos comunes, como la necesidad de abordar la desigualdad, la corrupción y la inestabilidad política. En un escenario donde la incertidumbre y las tensiones políticas son palpables, las elecciones del 2024 generan expectativas significativas. Los ciudadanos buscan líderes capaces de abordar las problemáticas históricas de la región más un conjunto de demandas contemporáneas relacionadas con desafíos apremiantes como la pandemia, las crisis bélicas y la necesidad de políticas ambientales sostenibles. Estas expectativas no solo son locales; resonarán a nivel regional, ya que las decisiones tomadas en un determinado país repercutirán en las dinámicas interamericanas.

Sin embargo, esta serie de procesos electorales no está exenta de obstáculos. La transición de la polarización a la radicalización política, la amenaza a la integridad electoral y la proliferación de desinformación emergen como desafíos omnipresentes que podrían socavar la salud democrática. Además, temas económicos, la gestión de crisis sanitarias y la lucha contra la corrupción se siguen perfilando como cuestiones cruciales que se están abordando para ganarse la confianza de los votantes.

Polarización, fragilidad institucional y salud democrática

En la actualidad, el escenario electoral se ha transformado en un campo de batalla entre bloques de ideologías extremas. Estas contrapropuestas surgen como reacciones a gobiernos percibidos como fallidos en sus compromisos. Lo cual, al observarse en conjunto con las crisis de liderazgos,  plantean desafíos significativos y advierte sobre la fragilidad de las instituciones democráticas. Ya que la búsqueda de alternativas extremas puede convertirse en un voto castigo peligroso.

La dinámica política actual muestra cómo la insatisfacción generalizada con las gestiones gubernamentales impulsa la aparición de bloques ideológicos totalmente polarizados. Los electores, decepcionados por promesas incumplidas y crisis persistentes, pueden optar por opciones extremas como un acto de repudio a las administraciones anteriores. Este fenómeno, presenta riesgos sustanciales si no se aborda con una mirada crítica y un enfoque en el fortalecimiento de las instituciones democráticas.

Uno de los principales desafíos radica en la tendencia a ver las elecciones como una batalla entre el “bien y el mal”, donde se simplifican las complejidades de la gobernanza. El debate dejar de ser sobre propuestas y se concentra en ideologías. Una polarización extrema de esta naturaleza puede llevar a la deslegitimación de los procesos democráticos y debilitar la confianza en las instituciones. Temas como salud, seguridad, estabilidad económica y desarrollo se dejan de lado y los esfuerzos se basan en la búsqueda de capitalizar más apoyo popular mediante el uso de derechos fundamentales como moneda de cambio. Este enfoque, centrado en ideologías y creencias arraigadas en ciertos segmentos de la población, plantea una amenaza directa a la esencia misma de la democracia, que se fundamenta en la protección de las libertades individuales y la salvaguarda de los derechos de las minorías. En este contexto, la necesidad de fortalecer el Estado de Derecho se vuelve imperativa, ya que la salud de una democracia depende de la solidez de sus fundamentos institucionales.

Este enfoque tiene como consecuencia la creación de un terreno electoral donde los electores se ven obligados a tomar decisiones en las que respaldar a una opción implica, directa o indirectamente, poner en juego ciertos derechos. Este trade-off, además de ser incompatible con los principios democráticos, socava la integridad del sistema al desviar la atención de los problemas estructurales hacia cuestiones ideológicas.

La competencia electoral, que debería ser un espacio para la deliberación y el debate constructivo, se ve distorsionada por la táctica de dividir a la sociedad en base a identidades políticas. Esta estrategia no solo pone en riesgo la cohesión social, sino que también erosiona la confianza en las instituciones democráticas y es tendiente a desencadenar derivas autoritarias en los gobiernos que, bajo esas circunstancias y argumentos, han llegado al poder.

Es por ello que los resultados electorales del 2024 pueden convertirse en catalizadores para la erosión del Estado de Derecho. Si los nuevos líderes electos no gestionan la insatisfacción popular de manera constructiva y la ciudadanía no sale del ciclo de apatía política, existen riesgos de abuso del poder en el futuro. La historia nos enseña que la falta de vigilancia crítica durante momentos electorales cruciales puede allanar el camino hacia sistemas de gobierno que erosionan las libertades y derechos fundamentales.

Hacer presente el gen democrático: Clave para un futuro sólido

Frente a este panorama, se impone la necesidad de un análisis crítico de las elecciones venideras y sus secuelas. Los ciudadanos, medios de comunicación y observadores internacionales deben prestar atención a las propuestas extremas y evaluar su viabilidad y coherencia con los principios democráticos, así como el comportamiento de las instituciones del Estado. 

Es crucial destacar la relevancia de los derechos humanos y la participación ciudadana en esta lucha. Se debe impulsar una mirada que aborde las elecciones como oportunidades democráticas, en las que, como ciudadanía nos transformemos de meros espectadores a promotores activos de la democracia, tanto desde el espacio internacional como desde las propias comunidades locales.

La historia política de la gran mayoría de los países de América está marcada por episodios de inestabilidad, conflictos internos y violaciones sistemáticas de derechos humanos, lo que resalta la importancia del seguimiento reflexivo de los eventos electorales, de la incidencia por robustecer el espacio cívico y del empoderamiento del gen democrático en los esfuerzos de distintos sectores que luchan y defienden derechos humanos. Así, una visión de nexos que identifique la transversalidad de la democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos en cada una de las iniciativas que buscan combatir la persecución, la censura, la corrupción y la negación de derechos, es esencial para preservar los valores fundamentales de la gobernanza democrática y el aseguramiento de las libertades de todas y todos en la América actual.

Las elecciones del 2024, en su complejidad y trascendencia, se presentan como un catalizador para el futuro político compartido de las naciones americanas. A medida que desplegamos este año electoral, atestiguaremos una obra política que no solo define a un país, sino que también da forma al concierto político del continente y nos habla del futuro de la democracia en la región y del mundo.

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