Nos hacemos muchas preguntas porque es parte de nuestra naturaleza de consumidores e informadores, nuestra curiosidad por encontrar, entender y transmitir la verdad, pero también es porque hay preocupación. Hay preguntas urgentes que no pueden seguir esperando. Y hay también una certeza compartida: el periodismo es un pilar indispensable para la salud de cualquier democracia. Sin instituciones periodísticas sólidas, sin periodistas que puedan ejercer su labor de vigilancia con independencia y libertad, sin acceso real a la información por parte de la ciudadanía, no es posible hablar de sistemas democráticos funcionales.
Lo que está en juego no es solo la libertad de prensa, sino la posibilidad misma de sostener una conversación pública informada, plural y basada en hechos. Y hoy, esa posibilidad está siendo desafiada desde múltiples frentes.
Por un lado, las amenazas externas al ejercicio periodístico se han multiplicado en muchos países de América Latina: censura, criminalización, campañas de desprestigio, acoso judicial, físico y digital, cierre de medios y uso sistemático de la desinformación como herramienta política. El periodismo independiente se ve forzado a operar en entornos hostiles, con escasos márgenes de protección y, en muchos casos, en condiciones de exilio, autocensura o clandestinidad.
Pero también hay retos internos que no podemos ignorar. En demasiadas ocasiones, los medios han sido funcionales a los intereses del poder que deberían vigilar. Algunas organizaciones periodísticas no sólo han fallado en denunciar los abusos, sino que han contribuido activamente a reproducir narrativas manipuladas, a polarizar el debate público o a minar su propia credibilidad con prácticas poco rigurosas o abiertamente deshonestas. Todo ello ha contribuido a una crisis de confianza que atraviesa el oficio: una ciudadanía que ya no sabe en quién creer, que sospecha de los medios, que duda de la veracidad de los hechos mismos.
Numerosos sectores de la población simplemente no confían en los medios como fuentes de información genuina, lo que afecta tanto a las organizaciones periodísticas como a los periodistas en su conjunto. ¿Por qué pareciera que nos odian tanto?
Y en ese mar de incertidumbre, desinformación y ruido, el periodismo se encuentra librando una guerra desigual por los hechos. Nunca había sido tan difícil abrirse paso entre narrativas manipuladas, campañas de propaganda, plataformas digitales plagadas de contenidos virales pero falsos. El acceso a la información se restringe, los canales oficiales se convierten en cajas negras y los periodistas son atacados por revelar verdades incómodas. A la vez, los recursos para verificar, investigar y comunicar de manera ética y profunda, son cada vez más limitados.
Nunca antes, en la historia del periodismo moderno, había sido tan difícil, para un periodista, abrirse paso en la espesa maraña de desinformación, manipulación y propaganda que permea los actuales procesos políticos, económicos, sociales y militares en todo el mundo.
Estamos, entonces, frente a un desafío doble: proteger al periodismo de las amenazas externas y repensar colectivamente sus propias prácticas. Se trata de defender el derecho a informar, pero también de garantizar el derecho de la sociedad a recibir información fiable, contrastada, útil para la toma de decisiones. De resistir la censura, pero también de revisar críticamente la función social del periodismo, su relación con la ciudadanía, su compromiso con la verdad y con el bien común.
Porque la pregunta no es solo cómo resistimos los embates autoritarios o las campañas de desinformación. La pregunta de fondo es qué tipo de periodismo queremos construir para los tiempos que vienen. Cómo recuperamos la confianza de las audiencias. Cómo formamos nuevas generaciones de periodistas capaces de entender los desafíos globales, de trabajar con rigurosidad ética y técnica, de narrar con humanidad en medio del caos.
La respuesta no será sencilla ni única. Pero sí sabemos que necesita ser colectiva. Requiere espacios de encuentro, de reflexión, de escucha mutua entre periodistas, académicos, actores sociales y ciudadanía. Requiere mirar lo que ya se está haciendo: formas nuevas de narrar, medios emergentes que resisten desde la creatividad, redes de solidaridad y acompañamiento a quienes están en riesgo, alianzas para verificar, para denunciar, para seguir contando lo que pasa.
En medio de todo esto, hay una certeza que persiste: el periodismo sigue siendo una trinchera fundamental de la democracia. Una práctica que, cuando se ejerce con libertad, compromiso y sentido público, tiene el poder de incomodar al poder, de amplificar voces silenciadas, de generar conciencia, de abrir caminos.
Sí, hay mucho que duele: el exilio forzado, la censura, el miedo. Hay frustración, desgaste, sospecha. Pero también hay resistencia, ingenio, valentía. Hay quienes siguen creyendo que contar la verdad importa. Que incluso en los contextos más adversos, se puede y se debe informar.
Esa convicción es la que nos reúne y la que nos mueve. Porque este no es un cierre, sino una apertura. Estas reflexiones son apenas un primer paso. Lo que viene es seguir pensando, seguir escuchando, seguir aprendiendo. Hacia allá vamos: hacia un periodismo que se fortalece en la conversación colectiva, que recupera su legitimidad desde la autocrítica y el compromiso democrático, que se proyecta hacia el futuro con nuevas herramientas y viejas convicciones.
Seguiremos trabajando. Seguiremos haciéndonos preguntas. Porque lo que está en juego no es solo el presente de los medios o la seguridad de quienes informan. Lo que está en juego es la posibilidad misma de imaginar y construir sociedades más justas, más libres, más informadas. Apostar por el periodismo es, en última instancia, apostar por la democracia que queremos habitar.
Estas reflexiones parten de la invitación que nos hace Ideas por la Democracia para que un grupo de “Voces en Resistencia” conversemos sobre los desafíos de la actual coyuntura y compartamos visiones y “Apuestas por el futuro”.