¿Por qué tanto odio hacia el periodismo independiente? ¿Qué incomoda tanto de quien hace preguntas, investiga, verifica y publica? La respuesta es simple: el periodismo libre estorba. Estorba a los autoritarismos, a los poderes corruptos, a las narrativas impuestas. Estorba porque, en esencia, es un ejercicio incómodo de vigilancia y de cuestionamiento constante. Y una democracia que no tolera la incomodidad del escrutinio es una democracia que se desliza hacia el autoritarismo.
Hoy, ejercer el periodismo de forma independiente se ha vuelto una tarea de alto riesgo. No hablamos solo de agresiones físicas, censura o criminalización. Hablamos también de campañas de desprestigio, acoso digital, presiones judiciales y asfixia financiera. Todo esto forma parte de una estrategia deliberada para silenciar, aislar y destruir a quienes no se alinean con el poder de turno. Y lo más alarmante es que estas prácticas ya no son exclusivas de regímenes abiertamente autoritarios; están presentes también en democracias que toleran cada vez menos el disenso.
Las mujeres periodistas enfrentan una doble amenaza: por informar y por ser mujeres. La violencia de género en línea y el discurso misógino son armas adicionales para acallar sus voces.
Pero el desafío no termina allí. El propio ecosistema mediático enfrenta una crisis profunda de credibilidad. Parte de la ciudadanía ve a los medios como actores parciales, más cercanos al poder que a la verdad. Y no sin razón: algunas organizaciones periodísticas han cedido a la tentación de ser voceros, no vigilantes. El resultado es devastador: se erosiona la confianza, y sin confianza, la información pierde fuerza como bien público.
En este escenario, el periodismo independiente no solo debe resistir los ataques del poder, sino también recuperar su lugar ante una ciudadanía escéptica y confundida por una avalancha de desinformación. Porque hoy, informar con rigor, contexto y veracidad se ha vuelto un acto de rebeldía.
Garantizar la seguridad y la voz de las periodistas también es una condición para una democracia verdaderamente inclusiva.
Las democracias necesitan periodistas libres, no porque sean perfectos, sino porque sin ellos no hay forma de controlar el poder ni de garantizar el derecho a saber. Defender al periodismo independiente es, en última instancia, defender la democracia.
¿Quiénes odian tanto al periodismo libre? Quienes temen que la verdad se sepa. Por eso, hoy más que nunca, hay que decirlo claro: sin periodismo independiente, no hay democracia que resista.