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Qué nos deja el mega año electoral para la democracia y los derechos humanos en las Américas

2024 marcó un punto de inflexión en las democracias de las Américas. Con procesos electorales clave en países como Estados Unidos, Uruguay, Venezuela, México, El Salvador, Panamá y República Dominicana, la región enfrentó un complejo balance entre avances democráticos, desafíos estructurales e incluso un episodio de fraude electoral que son muestra de tensiones persistentes entre la alternabilidad democrática, las libertades, el poder del voto, la soberanía, los proyectos políticos y el autoritarismo. El “mega año electoral” puso a prueba las capacidades de los sistemas electorales y la educación y vocación democrática de los pueblos, al tiempo que, subrayó la interrelación inquebrantable entre democracia y derechos humanos, mostrando tanto vulnerabilidades como oportunidades para el fortalecimiento regional y el largo camino que aún resta en la era contemporánea para fortalecer la promesa de la democracia.

El intenso calendario electoral abarcó desde elecciones locales hasta presidenciales en múltiples países marcando un hito en las Américas y el mundo. Así, el mega año electoral fue capaz de exponer las dinámicas políticas y sociales de cada país que invita a una reflexión más amplia sobre, no solo el estado de la democracia en el continente, sino especialmente las lecciones que nos están dejando las secuelas que les siguen a estos procesos electorales. Hay conversaciones pendientes sobre qué significa realmente la democracia y qué rol juegan las elecciones dentro de los tantos factores que son necesarios para mantener vivo el espíritu detrás de este sistema. Tanto los eventos del 2024 como el desenlace durante 2025 nos dan la oportunidad de analizar muchas de estas cuestiones y darnos una reflexión sincera.

Democracia en movimiento y turbulencia

Desde Panamá hasta México y El Salvador, pasando por República Dominicana y Uruguay, América Latina ofreció una gama de elecciones que ilustran los altibajos de la democracia en la región. Por un lado, casos como el de Panamá resaltaron oportunidades en la renovación democrática, mostrando cómo procesos electorales inclusivos y competitivos pueden revitalizar la confianza en las instituciones. Por otro lado, los comicios en El Salvador y México plantearon serios cuestionamientos sobre la calidad democrática en contextos de creciente autoritarismo y concentración de poder con condiciones cuestionables y avanzadas contra el institucionalismo y el Estado de Derecho.

En República Dominicana, las elecciones destacaron un equilibrio entre tradición democrática y los retos de modernizar los sistemas de representación. Mientras que, en El Salvador, el gobierno de Nayib Bukele utilizó las elecciones para consolidar un modelo que mezcla populismo y control institucional, marcando un precedente preocupante para la región. En Venezuela, por su parte, las elecciones de julio de 2024 estuvieron marcadas por un fraude sistemático y una ola de represión post-electoral sin precedentes. 

Asimismo, el proceso electoral en Estados Unidos ofreció un espejo, con sus propias cualidades, en el que América Latina puede observar sus propias dinámicas, y reconocer los problemas compartidos. 

Estos eventos muestran un continente en movimiento, donde la democracia no es estática ni homogénea, sino un proceso en constante tensión entre avances y retrocesos. Sin embargo, este panorama diverso se conecta con un tema recurrente: la necesidad de defender los valores democráticos en un contexto de crisis institucional, corrupción y polarización. Haciendo también, más relevante que nunca, la discusión sobre discursos y posturas populistas utilizadas por liderazgos de corte autoritario para penetrar y erosionar sistemas democráticos que han generado progresivamente insatisfacciones en el electorado.

Así, los procesos, las estructuras y los resultados del ejercicio democrático en 2024 revelaron patrones preocupantes de polarización, desconfianza institucional, violencia política, persecución y exclusión. En contextos diversos, desde democracias consolidadas hasta regímenes con tendencias autoritarias, surgen distintos retos, entre los que pueden destacar:

  1. Crisis de representación política:
    En varios países, los procesos electorales evidenciaron un descontento ciudadano que va más allá del acto de votar. Niveles de abstención y discursos polarizadores reflejaron una desconexión entre las élites políticas y las demandas sociales, debilitando la confianza en las instituciones y generando un terreno fértil para propuestas populistas y, en algunos casos, autoritarias.
  2. Debilitamiento del espacio cívico y los derechos fundamentales:
    A lo largo de la región, la concentración del poder y las estrategias de control sobre las libertades de expresión, reunión y prensa limitaron la participación crítica. La hostilidad hacia periodistas y defensores de derechos humanos fue un denominador común, como quedó evidenciado en la retórica electoral de varios candidatos que promovieron narrativas excluyentes y estigmatizantes.
  3. Desafíos estructurales de derechos humanos:
    Temas como los derechos de las mujeres, de las minorías étnicas y sexuales, y de las personas migrantes fueron relegados o atacados en los discursos de campaña. En lugar de abordar desigualdades históricas, los discursos políticos exacerbaron tensiones sociales e instrumentalizaron las crisis de protección para ganar apoyo popular de sectores de la población que han sido impactados por la falta de respuestas integrales y con una agenda de derechos humanos, lo que representa un retroceso en los estándares democráticos y presenta dudas sobre el futuro de estos grupos vulnerables. 
  4. Las elecciones se pueden usar como vehículo que amenaza a la democracia misma:

Un punto crítico que emerge del análisis del ciclo electoral de 2024 y los eventos que les han seguido, es si las elecciones tal como se plantean están funcionando como un mecanismo efectivo para fortalecer la representatividad democrática o si, por el contrario, se han convertido en una vía para consolidar liderazgos que desafían las bases del Estado de Derecho y resultan nocivos para el propio sistema que les dio entrada. Las elecciones siguen presentando riesgos de legitimación a proyectos políticos que erosionan las instituciones democráticas desde su interior, planteando dudas profundas sobre la viabilidad de este mecanismo por sí solo como capaz de responder a las demandas ciudadanas.

Pasos necesarios hacia el fortalecimiento democrático

A pesar de los desafíos observados, emergen lecciones clave que pueden guiar una agenda regional para fortalecer la democracia y los derechos humanos. Las nuevas administraciones y la necesidad de abordar tensiones internas y transfronterizas ofrecen una oportunidad para consolidar estos principios fundamentales y promover respuestas integrales a los conflictos que afectan a la región y el futuro mismo del sistema.

Una de las lecciones más relevantes es la importancia de contar con instituciones electorales resilientes. Cuando los sistemas electorales y el Estado de Derecho se fortalecen, tienen mayor capacidad para resistir los embates de discursos polarizantes y prácticas autoritarias. La independencia institucional y la transparencia resultan esenciales para mitigar la percepción de parcialidad, reforzar la confianza ciudadana, estimular la participación electoral y contener los intentos de socavar las instituciones democráticas.

Otro pilar fundamental es el rol de la sociedad civil como motor de cambio. A pesar de operar en entornos cada vez más restrictivos, las organizaciones de la sociedad civil y la ciudadanía organizada han demostrado ser actores clave en la defensa de los derechos humanos y el monitoreo de los procesos democráticos. Su labor no solo contrarresta la desinformación, sino que también promueve una ciudadanía activa y vigilante, reafirmando que el factor humano es el eje y motor de la democracia. 

Un elemento crucial para el fortalecimiento democrático es el papel de los partidos políticos. Como intermediarios entre la ciudadanía y el poder, son fundamentales para canalizar las demandas sociales, articular propuestas y garantizar la competencia electoral. Sin embargo, sus debilidades internas, limitaciones impuestas y la calidad de su oferta programática inciden directamente en la legitimidad de los procesos electorales. Partidos políticos sólidos, abiertos y con agendas inclusivas no solo fortalecen la democracia representativa, sino que también permiten una participación más amplia y diversa, esencial para responder a los desafíos actuales

Los compromisos internacionales renovados deben consolidarse como herramienta para enfrentar los retrocesos democráticos. En un escenario marcado por desafíos globales como la migración masiva, el cambio climático y los conflictos armados, la cooperación regional e internacional basada en los derechos universales puede potenciar soluciones sostenibles y fortalecer la respuesta a las crisis. Estos esfuerzos colectivos resultan esenciales para preservar los valores democráticos y garantizar la protección de los derechos fundamentales en contextos de creciente complejidad.

Por último, queda claro que, aunque las elecciones son un pilar fundamental de la democracia, por sí solas no son suficientes para garantizar un sistema democrático sólido, representativo y sostenible. Los procesos electorales, si bien esenciales, no pueden abordar por completo las debilidades estructurales que han estado presentes desde hace tiempo y que ahora se hacen más evidentes. Es necesario ir más allá de la defensa reactiva de la democracia y abrir espacios para reflexionar y actuar en torno a su reconstrucción y renovación. Esto implica revisar los modelos de representación política en un contexto de profundas transformaciones globales. Solo con un compromiso activo y una mirada crítica será posible avanzar hacia una “nueva democracia” capaz de enfrentar los desafíos actuales y futuros.

Construir sobre las oportunidades 

Ciertamente,  2024 cerró con un panorama mixto. Aunque algunos países demostraron avances significativos en la consolidación democrática y se dieron la oportunidad de transitar por procesos electorales que les ha permitido reafirmar las bondades de la democracia y comprometerse a su fortalecimiento, otros dejaron en evidencia la fragilidad de sus sistemas políticos y los riesgos del autoritarismo en el orden democrático pero también en los derechos y las libertades de los ciudadanos. 

Un año electoral tan definitorio permitió que se confirmara que la democracia y los derechos humanos en las Américas enfrentan un momento crítico. Múltiples desafíos que también dan paso a oportunidades vitales: la de construir sistemas más inclusivos, resilientes y comprometidos con los valores que fundamentan nuestras sociedades modernas. El futuro dependerá de la capacidad de los actores locales, nacionales y regionales para transformar las tensiones en acciones concretas, avanzando hacia una democracia que no solo resista, sino que prospere en beneficio de todas las personas, una democracia que se sienta propia y necesaria.

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